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Inicio Cultura Y Entretenimiento

Vindicación de Juancho Polo

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25 de abril de 2023
en Cultura Y Entretenimiento
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Vindicación de Juancho Polo
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Por Leo Castillo

«Juancho polo» ha venido a ser, con los días, remoquete    despectivo    atizado    general-mente a cualquiera que queramos notar de insignificante,  incluso  despreciable.  En  alguna  ocasión,   el   juglar   fue   arrojado   violentamente   contra  el  pavimento  desde  el  interior  de  un  restaurante  en  Paseo  de  Bolívar.  Desautorizar  esta  actitud   paleta,   de   desconocimiento   ante   una   admirable obra del folclor de América, y vindicar la  figura  más  entrañable  e  indefensa  de  nuestra  música popular es la intención de estas líneas.

Juglar de rara pureza, Juancho Polo Valencia ni  era  Valencia  ni,  obvio,  tampoco  Juancho.  Su  nombre  de  pila  era  Juan  Manuel  Polo  Cervantes  y  el  Valencia  se  lo  pusieron  debido  a  que  componía versos que aludían al poeta candidato a la presidencia  de  Colombia.  Había  nacido  bajo  el  signo de Sagitario el 18 de diciembre de 1918 en Candelaria,  nombre  oficial  —aunque  más  bien  «apodo»—  de  un  corregimiento  del  municipio  de  Cerro  de  San  Antonio,  en  el  Magdalena,  conocido  mejor  antes  y  luego  de  su  bautizo  oficial  (1907), hasta hoy, como Caimán, a orillas del río más  importante  de  este  país.  Si  bien  cursó  estudios  primarios  de  entonces,  equivalentes  al  me-nos  a  una  buena  secundaria  actual,  usaba  una  bonita caligrafía y era juicioso lector de la Biblia: «se metía en el cuarto a leer la Biblia como si no hubiera  nada  más  que  hacer  en  el  mundo  (…);  una composición suya se llama Jesucristo con San Juan» [1]. La canción de Pastor López en home-naje suyo dice, feliz, que «no tuvo grado de escuela, pero al cantar es la ciencia».

El pájaro carpintero. Lucero espiritual. El duende

Se  pregunta  el  juglar:  «¿Cuál  es  ese  pajarillo  que me canta en la montaña / cuál es ese pajarillo  que  canta  al  amanecer?»  y,  contrario  al  enigma  que  no  resuelve  en Lucero  espiritual,  aquí precisa que se trata de un «pájaro tristecito» que «tiene algún misterio», un «pajarillo» que habla y que canta y que «como que quedrá [2] morirse / cuando su sombra lo espanta». ¿Quién es, entonces, el que «dice», «canta» y huye de su sombra? Al igual que este pajarillo, el juglar vive cantando en  la  montaña,  según  insiste  en  sus  composiciones: «¿Pa’ dónde habrá cogío Valencia, preguntan en  la  montaña  /  se  ha  perdido  de  su  tierra,  mis  amigos  preguntaban»  (Todo  se  acaba).  «La  luna  de  oro  dice  que  no  me  vaya  /  la  luna  de  oro  de  la  montaña»  (Tierra  americana).  Son,  pájaro  y  compositor, uno solo y así claman de consuno en el  verso:  «déjenlo  que  cante,  déjenlo  que  alegre,  déjenlo que turbe el silencio en la montaña». En cuanto al enigmático Lucero que es «más alto que el  hombre»,  que  «yo  no  sé  adónde  te  escondes»,  el mismo juglar (¡pero no en su arcana composición!: así va, pues, contra el pudor revelarlo) entrevistado dijo que era el Dios que él «entendía en la Biblia». Luego tenemos: «Yo cargo un duende, que me persigue / (…) Yo cargo un duende, duende malino [3], ese no duerme, ni me da el camino./  Yo  cargo  un  duende,  duende  maleante  /  ese  no  duerme,  quiere  que  le  cante».  Que  los  dioses  tejen  desventuras  para  que  los  hombres  tengan  que cantar, dice Homero en La Odisea.

La  pura  belleza  lírica  de El  pájaro  carpintero  y  otras  composiciones  suyas  hermana  con  la  inocencia alada del Cancionero y Romancero es-pañoles, infunde el mismo respeto por el misterio de  la  composición  poética  elemental,  no  elucubrada  desde  el  cultivado  intelecto  el  sentido  que  un  hombre  sin  muchas  luces  puede  trasuntar  en  lo  sensible  estético.  Como  Job,  Juancho  Polo  en  una canción, el treno más célebre de la música vallenata  —interpretada  por  Alejo  Durán  cuando,  en el primer Festival, se coronó Rey Vallenato en 1968—, y que prefería no interpretar en parranda porque «se iba en llanto», litiga con el Dios que le arrebata prematuramente a su compañera, muer-ta del primer parto: «Como aquí en la Tierra Dios no tiene amigo / como Dios no tiene amigo anda en  el  aire  /  tanto  le  ruego  y  le  pido  ¡ay  hombe!,   y  siempre  me  manda  mis  males  /  (…)  y  vea  que  me mandó un castigo ¡ay hombe!, y se llevó a mi compañera  /  (…)  solamente  aquí  a  Valencia  ¡ay  hombe!,  los  guayabos  le  dejó».  Aunque  la  sabe  muerta, con pena, inconsolable, la busca en otras: «Porque  allá  en  las  Flores  de  María,  adonde  to’  el mundo me quiere / yo reparo a las mujere’, ¡ay hombe!,  yo  no  veo  a  Alicia,  la  mía».  Conmueve,  humilde, hallar cuánto valúa este arte: «Yo soy el Juanchito  Polo  que  me  merezco  /  ese  renombre  bien grande de acordeonista».

A  Juancho  Polo,  el  académico  lo  quiere  metafísico;  nosotros,  el  más  filósofo  de  nuestros  juglares.  

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«Valencia»,  como  a  la  postre  él  mismo  se  nombraba  en  sus  canciones,  solía,  según  hemos  visto, incitar las palabras a acepciones no tan evidentes  hasta  hacerles  expresar  lo  que  él  quería  y  lo que intuimos —pero que no es siempre el sentido  inmediato—;  Juancho  Polo,  decimos,  no  se  arredraba ante su significado limitado o literal, lo que propicia el empleo novedoso y experimental del lenguaje de su composición, haciéndola ambigua, polisémica. Dice enamorar a una mujer con «democracia»:  «Con  tanta  democracia  que  yo  te  enamoraba / oye mi vida y no te podía conseguir» [4] (La democracia). O como en esta declinación: «yo  no  sé  adónde  te  escondes/  en  este  mundo  ‘historial’».  Mediante  este  procedimiento,  consciente de que no, adelanta el lenguaje, las palabras logran una nueva connotación.

Barranquilla. Las putas. El trago

Fuera  de  su  versificación  era  «decente  y  callado»,  cohibido  ante  los  periodistas,  y  debemos  al  celo  y  la  paciencia  de  Isaac  Villanueva  y  a  su  representante  Víctor  Moreno,  quien  tenía  que  redimirlo  mortíferamente  borracho  y  sucio  de  los  sardineles  de  El  Boliche  (un  sector  tradicional  del  Centro  de  Barranquilla  en  el  que,  junto  a  vendedores  de  abarrotes,  mecánicos  y  latone-ros  en  mono  de  overol  capaces  de  revivir  la  más  destartalada de las chatarras, circulaban putas de falda  minúscula  promocionando  sus  virtudes),  las  canciones  originales  que  grabó.  Era,  todavía  más  que  mujeriego,  putero,  de  modo  que  nunca  se  sabía  si  la  compañera  de  turno  era  novia  o  una prostituta (o ambas cosas); así rodaba por la Tierra  el  mismo  que  se  elevaba  al  empíreo  de  la  lírica folclórica cantando «déjenlo que turbe el silencio en la montaña». En este terreno, y sólo en este, daba la guerra; en la vida era como el poeta del  doloroso Albatros  de  Baudelaire,  víctima  indefensa,  objeto  de  escarnio:  «Mi  acordeón  es  un  veneno  /  Juancho  Polo  es  una  fiera  /  juéguenme  el  gallo  que  quieran  /  yo  a  nadie  le  tengo  mie-do»  (La  fiera).  «De  Majagual  para  arriba  /  no  se  consigue  un  hombre  bueno»  (Majagual).  «Con  mucho disimulo / me querían formar la guerra / como tenía un orgullo, ¡oye mi vida! / abandoné a mi tierra» (Disimulo). «El gallo que más cantare /  que  no  me  cante  con  tanta  bulla  /  que  recuerde  que  en  la  calle  /  ‘ta  un  gallo  de  punta  aguda»  (El  gallo  de  punta  aguda).  «Si  ahora  me  cantara  un gallo / de los reyes de acordeón / pa’ que vean cómo lo callo / con mi propia inspiración» (Festival con López [Michelsen, compuesta con ocasión del  IV  Festival  de  la  Leyenda  Vallenata]).  En  los  versos siguientes se refiere a una persecución por parte de usurpadores de un terreno de su propie-dad: «Me voy pa’ Valle de Upar / en busca de un abogado  /  porque  tengo  un  alambrado  /  que  me  lo quieren quitar», y también «la lengua sirve p’al cuento[5] / y mata como estrinina» [6] (Los cuatro vientos). Se sabe que usaba perenne su sombrero ladeado a la derecha, como se ve en la portada de sus álbumes, debido a que un hombre, que trataba de robarle el acordeón, le cercenó media oreja de  un  mordisco  cuando  el  juglar  se  resistió  y  lo  enfrentó.  Adolfo  Echeverría,  venciendo  la  tenaz  resistencia  de  Juancho  Polo  quien  decía  sentir  el  peso  del  ridículo  al  interpretarla,  le  hizo  grabar  El  sombrero: «me robaron mi sombrero / y yo sé quién me lo tiene / hombrecitos majaderos como si fueran mujeres».

Grabó  a  otros  compositores  como  Mi  grito  vagabundo de [Guillermo] Buitrago, etc.

No faltan, con mucho, mujeres en sus versos: «Tengo amores, tengo amores / amores de contrabando / cantaban muy bien las flores / tan solito como ando. / Tengo amores, tengo amores / tengo amores  escondidos  /  cantaban  muy  bien  las  flores / pero nadie lo ha sabido» (Amores de contrabando). «El humo que el aire vuela / en el aire se desvane   [7]  /  como  el  amor  de  mi  nena  /  que  se  perdió por la calle (…) se acabaron los pimpollos / y un botón de rosa fina / porque tengo un pensamiento / que nadie me lo adivina» (El humo que el aire vuela). «Me gusta la Josefina / porque la vi berrochando [8] / si me sigue molestando / le voy a poner la espiga» (Josefina). Y, en fin, en Las ganas me dan sindica a «Marina» de su eventual muer-te  por  intoxicación  alcohólica,  «porque  tú  serás  la causa de mi muerte / porque yo visite tanto las cantinas.  /  Dame  un  consuelo  mi  vida,  dame  un  consuelo de amor / para que descansen las cantinas / para que repose el licor». Además «Juancho Polo, ¿y tú de dónde vienes? / ¿Yo? De visitar las mujeres»,  lo  que  puede  igual  estar  referido  a  sus  continuas visitas al burdel.

Además de lo dicho de El Boliche, encontramos otras demostraciones de su estrecha relación con Barranquilla: «La mujer barranquillera / es lo más lindo de la vida / hay blanquita y hay morena /  pero  todas  son  queridas»  (Ivonne,  reina  popular del barrio Paraíso); y en Recordando a Buitrago: «Muchachas barranquilleras, vamos a sufrí el guayabo / esa muerte puñetera / aquí en Colombia y ve que se llevó a Buitrago / sufren de guayabo y sufren de verdá / hoy se murió Buitrago y no lo vemos má», etc.

Una grave historia

La de mujeres abandonadas por trabajadores de la flamante empresa de explotación y exportación  de  crudo  y  carbón  (Mobil),  conocida  como  Socony  Vacuum,  cuya  bonanza  y  amor  «se  acaban»:  «Las  muchachas  están  creídas  /  que  la  Socony no se acaba / unas quedaron paridas / otras quedan engañadas / (…) [al pueblo] del dolor que le dolía, solo le han queda’o los cuentos /(…) con el ruido del carruaje / se fueron trece muchachas /  ya  estaban  mandando  cartas  /  que  les  manden  el  pasaje»  (La  Socony).  Pero de  ellas,  igual,  delata en La  palmarita: «yo les noto una cosita / que aprecian al forastero».

Supremum vale en la hamaca

Fundación,  Magdalena,  1978.  Era  22  de  ju-lio  y  dentro  de  cinco  meses  cumpliría  60  años  redonditos.  Venía  de  tocar  en  la  fiesta  patronal  de  Aracataca.  Se  echó  en  la  hamaca,  se  encogió,  se  aquietó.  Juancho  Polo  fue  sepultado  dos  días  después.  No  se  recuerda  un  cortejo  fúnebre  más  multitudinario  en  Fundación.  Sus  restos  fueron  trasladados,  luego  de  varios  años,  a  Santa  Rosa  de Lima, corregimiento a pocos minutos de allí y donde Juancho Polo Valencia pasó parte de su juventud con su hermana María. Un hermano suyo, Sebastián Polo, recibe a los extraños que pregun-tan por él en el parque de los Músicos, en Barran-quilla, con un generoso abrazo.

Notas

[1]  Franco  Altamar,  Javier:  En  este  mundo  historial, Ediciones  La  Cueva,  Barranquilla,  2010.  Ernesto  MacCausland nos dejó, sobre Juancho Polo, El alma en un acordeón (novela.)

[2] Quedrá: querrá.

[3] Malino: maligno.

[4] Conseguir: conquistar.

[5] Cuento: intriga.

[6] Estrinina: estricnina, veneno.

[7] Desvane: desvanece.

[8] Berrochando: jugar correteando.

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