El ambiente enrarecido entre el presidente Gustavo Petro y la canciller Laura Sarabia se ha hecho inocultable, incluso entre los pasillos del Congreso.
En círculos políticos ya se da por hecho que la jefa de la diplomacia colombiana estaría considerando su salida del cargo. Algunos hablan de una renuncia en firme en las próximas semanas; otros, de un posible aterrizaje diplomático en alguna embajada estratégica, como fórmula intermedia para evitar un escándalo mayor.
Sin embargo, su salida no sería sencilla: Sarabia enfrenta investigaciones judiciales en Colombia que podrían frenar cualquier movimiento internacional.
Las desautorizaciones del presidente han sido públicas y elocuentes. La más reciente se dio tras las elecciones presidenciales de abril en Ecuador, cuando Sarabia felicitó al reelecto presidente Daniel Noboa en nombre del Gobierno colombiano.
Petro, horas después, publicó su propio mensaje en redes, omitiendo el reconocimiento y señalando irregularidades electorales, dejando en entredicho la postura oficial de su canciller. No fue la primera vez. Las tensiones han sido una constante silenciosa desde su designación, con Petro corrigiendo o contradiciendo declaraciones clave del Ministerio de Relaciones Exteriores.
La reciente gira por China expuso con crudeza la fractura. Fuentes diplomáticas aseguran que en medio de una reunión privada en Beijing, el presidente Petro explotó al darse cuenta de que los acuerdos firmados con el gigante asiático no eran jurídicamente vinculantes, como él suponía.
La molestia fue tal que Sarabia habría sido marginada del círculo cercano del presidente. En un gesto simbólico pero elocuente, no viajó con la comitiva oficial de Petro en el avión presidencial hacia Shanghái; en su lugar, tomó un tren, aislada del resto del equipo.
Este distanciamiento agrava la ya frágil arquitectura del Gobierno en materia internacional. Laura Sarabia, uno de los rostros más leales del círculo petrista, parece haber perdido la confianza del mandatario en momentos en que el país necesita firmeza, coherencia y una estrategia exterior clara, especialmente frente a potencias como China o ante el enfriamiento con Estados Unidos. Su futuro, ahora, parece pender de un hilo más político que diplomático.