Por: Yasher Bolívar Pérez
Lo que parecía una campaña interna sólida en favor de Ousmane Dembélé para el Balón de Oro se fracturó con las declaraciones de Achraf Hakimi. El defensor marroquí afirmó que él mismo debería ganar el galardón, reivindicando su histórica temporada y subrayando que, como zaguero, su desempeño ofensivo —11 goles y 16 asistencias— le otorga un mérito adicional frente a cualquier delantero. Sus palabras chocan de frente con la estrategia del club, que había concentrado todos los esfuerzos de comunicación en respaldar a Dembélé.
El PSG, que levantó su primera Champions League en mayo, buscaba capitalizar el éxito con un segundo Balón de Oro en su historia, confiando en la narrativa de Dembélé como principal artífice del título. Tanto el presidente Nasser Al Khelaifi como varios referentes del equipo habían cerrado filas en torno al francés, temiendo que la dispersión de votos repitiera episodios como el de 2010, cuando Iniesta y Xavi cedieron el premio a Lionel Messi. La irrupción pública de Hakimi amenaza con reabrir viejas heridas competitivas dentro del vestuario.
Aunque el club minimiza el impacto, la tensión es palpable. Según medios franceses, incluso se intentó evitar la difusión de la entrevista, algo que Hakimi rechazó. En respuesta, Al Khelaifi visitó al plantel para recordar que “el colectivo está por encima de todo” y pedir unidad. Con el premio a entregarse el 22 de septiembre, el reto de Luis Enrique será impedir que la ambición individual erosione la cohesión que llevó al PSG a la gloria europea.