En lo más espeso de la vereda El Carrizal, en el municipio de Ocaña, el sonido de las cigarras se mezclaba con el zumbido de helicópteros. La selva, testigo mudo del narcotráfico durante años, fue escenario de una operación quirúrgica que dejó en ruinas uno de los laboratorios más grandes al servicio del cartel del ELN.
No hubo disparos. Pero sí una victoria.
Las tropas del Ejército Nacional, en coordinación con la Policía Nacional, llegaron con información precisa, planeación táctica y la misión de golpear el músculo financiero de la estructura criminal Éver Castro, del Bloque Jorge Suárez Briceño, disidencias del ELN. Lo que encontraron allí fue un complejo industrial ilegal al servicio del narcotráfico.
Dentro del laboratorio clandestino, los números hablan por sí solos:
🔸 660 kilos de clorhidrato de cocaína ya listos para ser enviados.
🔸 317 galones de pasta base aún en proceso.
🔸 490 galones de insumos líquidos.
🔸 116 kilos de insumos sólidos.
Una verdadera fábrica de droga que operaba bajo la sombra, generando millones para financiar armas, intimidar poblaciones y perpetuar la guerra.
El mensaje es claro: la legalidad avanza
“Cada gramo de cocaína incautado en esta operación es una vida que no se destruye, un joven que no cae, una comunidad que respira con más tranquilidad”, dijo un alto oficial tras la operación. El laboratorio fue destruido en su totalidad.
Más que una acción militar, fue un mensaje contundente a quienes aún empuñan las armas: la Fuerza Pública está presente, y no hay rincón donde el Estado no pueda llegar.
El operativo no solo golpeó el bolsillo del ELN, también devolvió la esperanza a una región acostumbrada a vivir entre el miedo y el silencio. Hoy, donde antes se procesaba cocaína, solo quedan escombros, tierra removida y la posibilidad de empezar de nuevo.
Una invitación a la vida
A quienes aún siguen en la ilegalidad, el mensaje fue firme pero con una puerta abierta:
“Es momento de dejar las armas, reconstruir sus vidas y reencontrarse con sus familias. El camino de la legalidad es más difícil, sí, pero mucho más duradero.”
Y mientras los helicópteros se alejaban entre las montañas del Catatumbo, un niño en El Carrizal preguntaba a su madre si ahora sí podrían jugar tranquilos.