El espejo de agua que por décadas ha sido orgullo del municipio hoy refleja una tragedia ambiental. Una mortandad masiva de peces, principalmente mojarras doradas, ha puesto en jaque la subsistencia de decenas de pescadores de la Laguna de Luruaco. La escena es desoladora: peces adultos y alevinos flotando sin vida, mientras el hedor y la incertidumbre invaden las orillas.
Desde hace dos días, líderes comunitarios y pescadores reportan el fenómeno sin que hasta ahora se tenga claridad sobre las causas. Humberto Currea, representante legal de la Fundación de Pescadores de Luruaco, aseguró que la situación podría estar relacionada con contaminación, bajos niveles de oxígeno o incluso con condiciones climáticas extremas. “Lo que pedimos es presencia institucional urgente. No se trata solo de peces, se trata de una comunidad entera que vive de la pesca y hoy está desesperada”, expresó.
Currea elevó un llamado a la CRA, a la Gobernación del Atlántico y a la Alcaldía local para que investiguen los hechos y brinden apoyo a los pescadores, tanto en la limpieza del cuerpo de agua como en la atención social. “La orilla está repleta de basura y cadáveres de peces. Necesitamos jornales y acciones inmediatas”, dijo.
Uno de los puntos que ha generado polémica es la mojarra dorada. Mientras algunos sectores académicos y normativos la han catalogado como invasora, los pescadores defienden su valor ecológico y económico. “Nos quieren hacer creer que es una amenaza, pero lo que no dicen es que gracias a ella cientos de familias sobreviven. No es una especie depredadora, como afirman en la Resolución 048 de 2008. Eso es un error que beneficia a los piscicultores industriales y deja por fuera al pequeño pescador”, cuestionó Currea.
La mojarra dorada, originaria de África, fue introducida en Colombia hace más de 50 años. Su capacidad de reproducción y su aceptación en el mercado la convirtieron en una pieza clave en la economía pesquera artesanal, especialmente en municipios como Luruaco.
Hoy, mientras la laguna agoniza, los pescadores enfrentan un doble abandono: el de las especies que se mueren sin explicación, y el de las instituciones que aún no llegan. “Si no nos escuchan ahora, la próxima vez ya no habrá peces qué salvar”, concluyó Currea con un tono de urgencia que, por ahora, solo responde el eco del silencio oficial.