Por las orillas del embalse El Guájaro aún se escucha el golpe húmedo de las atarrayas contra el agua.
Los pescadores, curtidos por el sol y los años, esperan pacientes que los peces regresen. Y, poco a poco, gracias al Plan +Pescao, algunos lo están haciendo.
Luis Felipe Oliveros, del corregimiento La Peña, en Sabanalarga, no oculta su emoción cuando recuerda los días recientes. “Hace unas semanas sembraron bocachico y se está recogiendo bastante. A veces nos regresamos con hasta ocho kilos. Eso es vida para uno y comida para la familia”, dice con gratitud mientras acomoda su chinchorro frente a su canoa.
Desde 2020, la Gobernación del Atlántico y la CRA (Corporación Autónoma Regional del Atlántico) han repoblado con más de 38 millones de alevinos los cuerpos de agua del departamento. Especies nativas como la lisa, anchova, sábalo y el siempre escaso bocachico vuelven a moverse en las corrientes del Guájaro, Tocagua, El Rincón y otras ciénagas vecinas.
Más peces, más vida
La nueva etapa del Plan +Pescao, iniciada el pasado 12 de mayo, busca beneficiar a más de 3.000 familias en ocho municipios: Manatí, Repelón, Sabanalarga, Luruaco, Ponedera, Malambo, Piojó y Puerto Colombia. Pero la misión va más allá de soltar peces: implica dotar de botes, reforestar caños, frenar la pesca ilegal y formar a los pescadores en prácticas sostenibles.
“El bocachico es una bendición. Y hay que cuidarlo”, dice Pedro Arjona, un veterano de 50 años en El Guájaro. Sin embargo, denuncia que algunas asociaciones acaparan implementos y hasta alquilan los botes donados por el Gobierno. “Eso no es justo. La ayuda no puede quedarse en manos de unos pocos”.
Agua dulce, desafíos amargos
Aunque el panorama ha mejorado con la siembra de peces, aún hay obstáculos. La sobrepesca, el uso de redes ilegales y la apropiación indebida de ayudas por parte de ciertos líderes de asociaciones siguen generando tensiones.
“Pedimos controles reales, que la Gobernación revise quién se está beneficiando de verdad”, reclama Pedro. También exige que se demarquen zonas de pesca para evitar que embarcaciones foráneas vacíen las aguas sin dejar nada a los locales.
Humberto Currea, vicepresidente de la Federación de Pescadores del Atlántico, destaca el componente ambiental del proyecto. “No es solo pescar. También se limpian caños, se reforestan las microcuencas y se educa a las comunidades. Hay que garantizar que los peces puedan moverse libremente”.
Un plan con impacto
Jesús León Insignares, director de la CRA, defiende el enfoque integral de la estrategia. “Restaurar especies nativas como el bocachico ayuda a conservar la biodiversidad, mejora la seguridad alimentaria y mantiene los servicios ecosistémicos”.
Y esos servicios no son menores: el embalse regula el clima, purifica el agua y alimenta a miles de familias. Por eso, Ayari Rojano, subdirectora de Gestión del Riesgo y Cambio Climático, insiste en que “sembrar peces también es sembrar futuro”.
Una deuda con el agua
En las estadísticas, la pesca de bocachico cayó un 84 % desde 1978. Hoy, con esfuerzo, se empieza a revertir esa curva. Pero no hay milagros. Hace falta continuidad, control y voluntad política. Como dice Luis Felipe, “uno siembra con fe, pero el agua también necesita respeto”.
Para muchos, el Plan +Pescao no solo es una estrategia técnica, sino una tabla de salvación para cientos de hogares que viven entre redes, remos y esperanza. La faena sigue. El río no descansa.