En el Colegio Inocencio Chincá, en el sur de Barranquilla, ya no se escucha el timbre ni la voz de los profesores. Solo se escuchan gritos de padres indignados, pancartas en mano, exigiendo respuestas. La madrugada del miércoles, la institución fue blanco de un robo tan descarado como doloroso: se llevaron computadoras, videobeams, impresoras, materiales del taller de electricidad, y hasta el DVR de las cámaras de seguridad. Todo.
Pero no fue solo un robo. Fue un golpe al corazón de una comunidad que, durante años, ha sostenido el colegio con uñas, bingos y esperanza.
Yanibeth Orozco y Rubí Palacio, voceras del Consejo de Padres, lo dijeron sin rodeos: “Nos dejaron solos. El Distrito no ha hecho nada. Y ahora, ni clases hay”.
El vigilante del colegio —único y sin arma— fue reducido por los ladrones, quienes al parecer usaron un camión para llevarse todo. Nadie los detuvo. Nadie los vio. Nadie los ha buscado.
Y eso duele.
El colegio, con más de 800 estudiantes, quedó paralizado. “Nos dejaron sin nada, sin herramientas para estudiar. Y lo poco que teníamos, fue con esfuerzo de toda la comunidad”, reclamaron las madres.
En total, se habían enviado 12 cartas pidiendo más celadores y seguridad. Nunca hubo respuesta de la Secretaría de Educación. Hoy, los afectados miran al alcalde Alejandro Char y le preguntan: ¿Quién responde?
La Policía dice que investiga. La comunidad ya no quiere promesas. Quiere hechos. Porque lo que se robaron no fueron solo equipos: se robaron el derecho a aprender, a enseñar, a soñar.