Por más de una década, el proceso judicial contra Álvaro Uribe Vélez fue una sombra persistente en la política colombiana. Este 28 de julio, esa sombra se convirtió en sentencia.
La jueza Sandra Heredia, del Juzgado 44 Penal del Circuito de Bogotá, declaró culpable al expresidente Álvaro Uribe Vélez por los delitos de soborno en actuación penal y fraude procesal, cerrando un capítulo judicial que empezó en 2012 y que ha marcado un antes y un después en la historia contemporánea del país.
De denunciante a acusado
Todo comenzó con una denuncia. En 2012, dos años después de dejar la Presidencia, Uribe acusó al entonces senador Iván Cepeda de buscar testigos falsos para incriminarlo. Lo que parecía un contraataque político terminó volviéndose en su contra: en 2018, la Corte Suprema no solo archivó la investigación contra Cepeda, sino que encontró indicios de que el expresidente habría sido quien, en realidad, promovió una red para manipular testimonios.
Fue un giro inesperado. Uribe, quien fue el rostro del combate frontal contra las FARC, el símbolo del uribismo y una figura casi intocable, pasó a ser investigado por fraude procesal. Luego vendría su renuncia al Senado —estrategia que trasladó el caso de la Corte Suprema a la justicia ordinaria—, su detención domiciliaria en 2020 y, finalmente, el juicio que lo dejó hoy al borde de una condena.
Una red de testigos, abogados y presiones
Los nombres detrás del caso son tan resonantes como los hechos. Diego Cadena, su exabogado, fue acusado de entregar dádivas a testigos encarcelados, supuestamente por órdenes de Uribe. Uno de ellos, Juan Guillermo Monsalve —exparamilitar—, afirmó que el grupo armado al que perteneció nació en la hacienda Guacharacas, de propiedad de la familia Uribe Vélez. Según la Fiscalía, el expresidente buscó que este testigo se retractara a cambio de beneficios.
A Monsalve se sumó Carlos Enrique Vélez, alias Víctor, quien también habría sido presionado para modificar su versión. Las interceptaciones telefónicas, declaraciones y documentos acumulados durante años de investigación terminaron construyendo un expediente robusto: más de 90 testigos fueron escuchados, con un mismo eje argumental —la supuesta intención de desviar la verdad judicial a cualquier costo.
El juicio de la opinión pública
Uribe enfrentó el proceso con vehemencia. Se declaró inocente en cada escenario, defendió su honor y cuestionó duramente a la justicia. Pero más allá de los tribunales, su figura ha estado sometida a un juicio paralelo: el de la opinión pública. Durante años, la imagen del líder uribista ha oscilado entre la devoción de sus seguidores y la desconfianza de sus críticos.
Con esta decisión judicial, se abre un nuevo capítulo. El expresidente más influyente de las últimas décadas en Colombia —el mismo que fue clave en las negociaciones del TLC con EE. UU., que impulsó la Seguridad Democrática y que fundó un partido político en su nombre— ha sido hallado culpable de intentar torcer la justicia en su beneficio.
Lo que viene
La condena aún no está en firme, y vendrán apelaciones. Pero el veredicto de hoy marca un hito. No solo porque se trata de un expresidente condenado por delitos en el marco de un proceso penal, sino porque reconfigura el poder simbólico de la justicia en Colombia.
Álvaro Uribe Vélez, por años la figura más poderosa del país, enfrenta ahora las consecuencias legales de un caso que él mismo inició.