Por: Yasher Bolívar Pérez
El Mundial de Clubes 2025 arranca este sábado en Estados Unidos bajo un clima de tensión entre espectáculo y vigilancia. El gobierno norteamericano, encabezado por el presidente Donald Trump y su vicepresidente JD Vance, ha endurecido las condiciones migratorias con el objetivo explícito de evitar permanencias irregulares tras el torneo. “Que vengan, que disfruten, pero luego se van”, sentenció Vance en una rueda de prensa junto a Gianni Infantino, presidente de la FIFA. La advertencia oficial marca el tono de un evento en el que la seguridad se impone como prioridad estatal.
La presión no se limita al discurso. Estados Unidos ha desplegado un sistema de control basado en listas negras internacionales, cooperación con países como Argentina —que aportó más de 15.000 nombres de hinchas vetados— y múltiples anillos de seguridad en los estadios. El Hard Rock Stadium de Miami, epicentro del partido inaugural entre Inter Miami y Al Ahly, será el primero en aplicar el nuevo modelo, con filtros dobles, tecnología de reconocimiento y monitoreo de flujos. Una respuesta directa al caos de la pasada final de Copa América, también en Miami, que dejó en entredicho la capacidad del país para gestionar eventos masivos.
Pero más allá del Mundial de Clubes, lo que se juega en esta edición es una prueba mayor: demostrar que Estados Unidos puede garantizar la seguridad de cara al Mundial de 2026 y a los Juegos Olímpicos de 2028. Con inversiones públicas en disputa y una opinión pública polarizada, las decisiones tomadas en estas semanas servirán de precedente. La política migratoria se entrelaza con el deporte, y el mensaje es claro: la fiesta del fútbol será controlada, limitada y monitoreada. Bienvenidos, pero bajo condiciones.