Por: Yasher Bolívar Pérez
Junior no dejó espacio para el debate. La final ante el Deportes Tolima terminó siendo una demostración de jerarquía, inteligencia y contundencia. Ganar 3-0 en Barranquilla podía parecer suficiente, pero el equipo entendió que las finales no se administran, se rematan. El gol temprano de José Enamorado en Ibagué no solo liquidó la serie, también apagó cualquier ilusión de remontada y confirmó que esta undécima estrella no fue producto del azar, sino de un plan bien ejecutado.
Más allá del marcador global, el título se explica por la madurez con la que Junior afrontó ambos partidos. Supo cuándo golpear y cuándo resistir, incluso jugando con uno menos durante buena parte del segundo tiempo. Tolima empujó, tuvo actitud y orgullo, pero chocó una y otra vez con un equipo sólido, concentrado y respaldado por un arquero seguro y una defensa comprometida. El palo, las manos salvadoras y las piernas salvadoras también cuentan, y suelen aparecer del lado de los campeones.
Esta estrella tiene un valor especial porque Junior fue campeón sin estridencias, pero con autoridad. No necesitó épicas ni milagros, solo fútbol bien entendido. Alfredo Arias construyó un equipo práctico y competitivo, que supo responder en los momentos clave y que ahora celebra con justicia un título que lo devuelve a la Copa Libertadores. Barranquilla festeja, y lo hace con la tranquilidad de saber que su campeón fue, simplemente, el mejor.









