Eran las 3:20 de la tarde y el barrio Las Colonias, en Soledad, seguía su rutina bajo el peso del calor y el bullicio cotidiano. En la calle 54 con carrera 17, Freddys José Porra Luna, de 44 años, se disponía a almorzar. Quizá un almuerzo común, de esos que no tienen apuro, solo ganas de calmar el hambre del día.
Pero la muerte tenía otros planes.
Un hombre llegó caminando, sin prisa, como si fuera parte del paisaje. Se acercó a Freddys, lo reconoció —porque claramente ya lo conocía— y sin decir una palabra, sacó un arma y le disparó. La tranquilidad del momento se quebró de inmediato.
El asesino, ya con el encargo cumplido, salió corriendo hasta una moto AX4 blanca que lo esperaba encendida en una esquina. Su cómplice, sin necesidad de mirar atrás, aceleró y ambos desaparecieron entre el ruido y el polvo de Soledad.
Freddys fue trasladado de urgencia a la clínica Agrupasalud, pero las heridas en su pecho no dieron tregua. Dos impactos certeros en el tórax bastaron para que los médicos confirmaran su fallecimiento minutos después.
El barrio, una vez más, quedó en silencio. De esos silencios incómodos que solo dejan los disparos. La escena, repetida en tantos rincones del Atlántico, volvió a dejar una silla vacía en la mesa y una familia preguntándose por qué.