Jeison Isaac Carrascal Palacios, de 34 años, fue asesinado a plena luz del día este lunes en la carrera 23 con calle 28 del barrio Montes, al suroriente de Barranquilla. Cuatro disparos, frente a todos, sin disimulo ni prisa. Así cayó, en el andén donde estaba sentado, cuando dos hombres en moto lo abordaron y lo ejecutaron a quemarropa.
Eran las 12:13 del mediodía. El barrio seguía con su rutina, y en cuestión de segundos, el silencio fue reemplazado por gritos, corridas y una moto huyendo. Carrascal fue trasladado con urgencia al Hospital General de Barranquilla, pero llegó sin signos vitales. No hubo nada que hacer.
Lo inquietante del caso es lo que ocurrió minutos antes del crimen. Según contaron vecinos del sector, una patrulla del cuadrante había requerido a Jeison, le revisaron antecedentes —de los cuales tenía siete anotaciones por hurto, porte ilegal de armas y otros delitos—, y le pidieron que se retirara del lugar. Sin embargo, no obedeció. Se quedó. Y no pasó mucho tiempo antes de que lo mataran.
¿Fue un ajuste de cuentas? ¿Una ejecución con información precisa? ¿Casualidad o seguimiento? Lo cierto es que, al igual que en muchos otros casos recientes, la violencia parece ir varios pasos por delante de la autoridad. En Montes, como en otros rincones de Barranquilla, las balas están resolviendo lo que el Estado no alcanza a controlar.
Mientras la Policía investiga, el barrio se sumerge una vez más en el miedo. Porque cuando los asesinatos ocurren al mediodía y tras la presencia de una patrulla, la pregunta no es solo quién disparó, sino por qué nadie lo impidió.