La noche del lunes en Soledad se tiñó de violencia. Eran las 11:00 p.m. cuando Jhon Jairo Rolón Jiménez, de 36 años, caminaba por una calle solitaria del barrio Pumarejo. No sospechaba que la muerte lo esperaba a pocos pasos.
Dos hombres lo interceptaron a pie. Uno de ellos desenfundó un arma y, sin mediar palabra, le disparó cinco veces. Jhon Jairo cayó de inmediato. No hubo oportunidad de auxilio ni margen de error: fue una ejecución en seco, rápida y calculada.
El segundo agresor dejó sobre el cuerpo un mensaje escrito en una hoja de papel, como si el crimen necesitara traducción. “Prohibido vender perico de otro lado. Sapo. Solo costa. Pa’ Castor”, decía el texto. Era una advertencia, un ultimátum y una firma.
Según las primeras líneas de investigación de la Sijín de la Policía Metropolitana de Barranquilla, el asesinato estaría relacionado con la guerra soterrada por el control del microtráfico en la zona. La referencia a “Castor”, un viejo conocido de las autoridades por su presunta vinculación con estructuras criminales dedicadas al narcotráfico, encendió las alarmas.
En el barrio nadie habla. El silencio pesa más que los disparos. El miedo está instalado en las esquinas, mientras la justicia intenta armar el rompecabezas de una guerra que se libra a plena vista y a punta de plomo.