Un tendero asesinado, su hijo también. La extorsión sigue cobrando vidas en Barranquilla.
Darwin José Torres Marriaga no murió el 26 de julio. Lo mataron días antes, el 22, cuando un sicario cruzó el umbral de su tienda en el barrio Rebolo como si fuera un cliente más. Saltó el mostrador, como si lo apremiara una urgencia, y disparó siete veces. No pidió nada. No robó. Solo vino a matar.
Darwin, de 40 años, sobrevivió unos días más. Fue trasladado con vida al Nuevo Hospital General de Barranquilla, pero no pudo resistir. La madrugada del sábado, su cuerpo dijo basta. Su tienda, ubicada en la carrera 33 con calle 17, quedó cerrada, con la tristeza flotando entre las paredes que fueron testigos de la violencia.
Según las autoridades, este crimen no fue improvisado. Torres Marriaga había recibido un panfleto amenazante una semana antes. Le exigían que abandonara la ciudad. No lo hizo. Era su negocio, su vida, su barrio. Pero en una ciudad donde la extorsión marca el ritmo de muchas decisiones, quedarse es jugarse la vida. Darwin lo sabía.
Y quizás el dolor más profundo de esta historia ya había ocurrido antes: su hijo de 17 años fue asesinado hace tres meses. Otro crimen sin justicia. Otro caso que pasó al archivo del luto.
La Policía maneja como principal hipótesis que el crimen está ligado a estructuras extorsivas que operan en la ciudad, pero el barrio ya no espera explicaciones. Solo sabe que perdió a un vecino, un trabajador, un padre.
Mientras tanto, Barranquilla sigue vendiéndose como destino turístico. Pero en Rebolo, la realidad se impone sin filtros ni maquillaje: allí donde debería haber rutina, hay miedo. Donde debía haber progreso, hay duelo. Y donde hubo una tienda abierta, ahora hay un silencio que lo dice todo.