Didier Menco salió de casa esa mañana como cualquier otro día. Herramientas en mano, destino claro: un apartamento en el barrio Olaya donde lo esperaban para hacer unas reparaciones. Era un trabajo más, como tantos que había hecho antes. No imaginó —nadie lo hizo— que ese techo bajo el que trabajaba sería el último.
La tragedia ocurrió en cuestión de segundos. Un plafón del tercer piso de una unidad residencial, ubicada en la calle 68C con carrera 28, se vino abajo mientras Didier adelantaba labores en el interior de uno de los apartamentos. El concreto colapsó sin advertencia, y él, que estaba justo debajo, no tuvo oportunidad de escapar.
El impacto fue fulminante. El cuerpo de Didier, de 44 años, quedó tendido en la terraza del primer piso, sin signos vitales. El estruendo alertó a los vecinos, que corrieron a auxiliarlo, pero ya era tarde. El polvo aún flotaba en el aire cuando llegaron los primeros socorristas.
Cuerpo de Bomberos, Cruz Roja, Policía y Gestión del Riesgo acudieron rápidamente al lugar. Los uniformados cerraron la zona mientras los técnicos iniciaban la inspección de la estructura. La escena se llenó de silencio, del tipo de silencio que solo dejan las tragedias súbitas.
Vecinos aseguran que no había señales evidentes de daño en el plafón. Otros, con voz baja, se preguntan si las reparaciones estaban autorizadas, si el lugar tenía fallas previas, o si todo fue un accidente imposible de prever. Las autoridades investigan.
Lo cierto es que Olaya, un barrio acostumbrado al bullicio cotidiano, detuvo su ritmo por unas horas. Por respeto. Por tristeza. Por ese obrero que, sin saberlo, dejó su vida bajo el peso de un techo que colapsó sin aviso.