Por Eduardo Verano de la Rosa
El futuro de la prosperidad global, de nuestra salud, educación, el aumento del PIB per cápita y, en última instancia, del bienestar humano sostenido, reside en nuestra capacidad continua de innovación. No se trata de un simple deseo; es una ley económica validada y premiada por la máxima autoridad académica.
Recientemente, el mundo de la economía aplaudió el trabajo de intelectuales como Philippe Aghion, Peter Howitt y Joel Mokyr, cuyos análisis sobre la relación intrínseca entre progreso tecnológico y crecimiento económico les valió el merecido Premio Nobel de Economía.
El historiador Joel Mokyr, con su enfoque en la “cultura de crecimiento” y los orígenes de la economía moderna, enfatiza algo crucial: la necesidad de una sociedad abierta a las nuevas ideas. Solo una mentalidad capaz de cuestionar y transformar lo existente puede liberar el potencial de crecimiento sostenido.
Actualmente, las noticias más importantes no son los conflictos geopolíticos, sino los avances científicos que permiten un desarrollo sostenido. Pensemos en el liderazgo de la IA o la ingeniería genética; estos son los campos que han generado la mayor ola de innovación de las últimas décadas.
Sin embargo, el crecimiento impulsado por la innovación no es un camino de rosas. Como bien explican las teorías de estos académicos, basándose en el concepto acuñado por Joseph Schumpeter en el siglo XX, el proceso de avance tecnológico conlleva la “destrucción creativa”.
Este concepto no es un mero modelo teórico, sino una realidad que hemos presenciado una y otra vez: para que surja algo nuevo, nítido y mejor, lo anterior debe ser destruido o, al menos, quedar obsoleto.
Hemos sido testigos de cómo la invención del teléfono dejó obsoletos los sistemas de comunicación previos; cómo la irrupción de los smartphones barrió a gigantes como Kodak y cómo empresas como Motorola y BlackBerry, que creían tener una hegemonía eterna, colapsaron con la llegada del iPhone. De igual forma, plataformas como Spotify echaron al piso los modelos tradicionales de consumo de música
Las empresas ancladas en lo antiguo, por muy grandes que sean, se vuelven arcaicas y se ven forzadas a salir del mercado. Es una fuerza implacable que, aunque genera conflictos en el corazón del crecimiento económico, es indispensable para el progreso.
Lo que viene ahora, con el auge exponencial de la IA, son transformaciones en los procesos internos de las empresas, la educación, la ciencia y la tecnología a una velocidad que exige una respuesta audaz de los gobiernos y las empresas.
Por esto, la máxima prioridad de los gobiernos debe ser promover la ciencia y la tecnología. Necesitamos no solo aceptar el cambio, sino impulsarlo activamente. Incluso los gigantes actuales como Google, Amazon, Facebook y Apple, cuya hegemonía a veces parece bloquear el crecimiento de competidores, deben estar atentos. Si ellos no se someten al rigor de la destrucción creativa, serán vulnerables a los nuevos productos que dejarán inservible lo que hoy parece insustituible.
La lección de los premios a Aghion, Howitt y Mokyr es clara: la apertura mental y la inversión en innovación son las únicas vías para el crecimiento económico estable y sostenido. El camino hacia un mejor futuro está pavimentado con descubrimientos, invenciones y, sí, una inevitable dosis de destrucción de lo que fue.









