El comisario Dalimiro Sanjuan de Ávila llegó a la subestación para escuchar, acompañar y renovar el espíritu de los policías que custodian una de las zonas más complejas de Bolívar.
En Retiro Nuevo, ese corregimiento escondido entre caminos polvorientos y montes que se doran con el sol de la mañana, la vida transcurre al ritmo de gallos que despiertan temprano y niños que corren descalzos entre las casas de material y bareques. Allí, donde el viento arrastra olor a totumo maduro y a historia silenciosa, llegó el comisario Dalimiro Sanjuan de Ávila con el paso sereno de quien no viene a inspeccionar, sino a acompañar.
Los policías lo recibieron con una mezcla de sorpresa y gratitud: en un lugar donde la presencia del Estado a veces se resume en su propio esfuerzo diario, que alguien llegue solo para escucharlos es un gesto que se siente como un alivio. Aquella visita no habló con radios ni protocolos; habló con humanidad.
La mañana traía consigo un canto múltiple. Los pájaros y los gallos parecían ser los primeros anfitriones, como si anunciaran que la jornada no sería una más en el inventario de rutinas policiales. Era una bienvenida suave, silvestre, que contrastaba con la dureza de las noches en estas tierras donde las amenazas se sienten como ecos que nunca terminan de apagarse.
Bajo la sombra generosa de un viejo árbol de totumo, el comisario se sentó frente a uno de los patrulleros. No había escritorios ni formalismos, apenas una vieja banqueta convertida en asiento improvisado y el aroma tibio de un café recién servido. Allí, en esa escena humilde pero sincera, comenzó una conversación que se adentró en las inquietudes, las cargas y los silencios que suelen habitar detrás de un uniforme.

El mensaje fue claro y humano. Sanjuan de Ávila habló de fortalecer el espíritu, de no dejar que diciembre pase como un recordatorio de distancia sino como un motivo de unión. Y en medio de esa charla sencilla, surgió el respaldo institucional. Como lo expresó el coronel Alejandro Reyes Ramírez, comandante del Departamento de Policía Bolívar:
“Seguiremos llegando a cada rincón del departamento para acompañar a nuestros policías. Esta Navidad con Propósito es también para ellos: para que sientan que no están solos y que cada servicio que prestan es un acto de valentía que protege la vida de los bolivarenses”.
A pocos metros de aquella escena, las barricadas levantadas como trincheras recordaban que la realidad no concede tregua. Son muros improvisados que detienen la amenaza invisible de los grupos al margen de la ley, estructuras que parecen hablar del temple y resistencia que se necesitan para vivir y servir en este punto remoto de Bolívar. Es la frontera entre el deber y el peligro, una frontera que estos hombres cruzan cada día con firmeza.
En ese paisaje cotidiano también estaba Morón, el perro de la subestación. Amarillo con blanco, curtido por los años y por los sobresaltos que trae la vida en una base rural. Caminó alrededor del comisario con la parsimonia de los viejos guardianes y ladró sin prisa, como quien anuncia que la visita es bienvenida, no una alerta. Luego se echó bajo el Totumo, vigilante pero tranquilo, con la dignidad de quien lleva más tiempo que todos custodiando el mismo territorio.
La jornada avanzó entre palabras sinceras, un ambiente de camaradería y una sensación lenta pero firme de alivio. Cuando el comisario se levantó para despedirse, el sol ya pintaba de oro el Totumo y las trincheras. En la subestación quedó una brisa distinta, casi imperceptible, como un pequeño respiro colectivo. Porque a veces —en medio del ruido, las amenazas y las distancias— basta una visita, una conversación y un café para recordarle a un policía que su historia, su lucha y su humanidad también importan.









