Aunque el ministro del Interior, Armando Benedetti, no tuvo injerencia directa en la renuncia de la canciller Laura Sarabia, su permanencia en el alto gobierno contrasta con la salida sistemática de figuras que se opusieron a su llegada a la Casa de Nariño.
La lista de salientes es elocuente: Jorge Rojas, exdirector del Dapre; Susana Muhamad, exministra de Ambiente; Alexander López, exdirector de Planeación, y Ángela María Buitrago, exministra de Justicia.
Sarabia era la última voz con peso político dentro del gabinete que se enfrentó abiertamente a Benedetti. Su salida confirma una tendencia de fondo: el desgaste y posterior retiro de quienes marcaron distancia con el hoy poderoso ministro.
En los corrillos políticos se comenta que Benedetti ha ido consolidando su influencia no solo en el gabinete, sino también en las decisiones estratégicas del Gobierno. Sin ser oficialmente el segundo al mando, su palabra pesa como pocas en el entorno presidencial.
Solo dos figuras del llamado “ala crítica” de Benedetti permanecen en el Ejecutivo: la vicepresidenta Francia Márquez, cuya presencia es cada vez más simbólica, y el director de la UNP, Augusto Rodríguez, con escasa interlocución política nacional.
La correlación es clara: quien incomoda a Benedetti, sale. Quien no lo desafía, se queda. Un patrón que consolida su poder en el círculo más cercano al presidente Gustavo Petro.