Este martes, el Senado colombiano se enfrenta a una decisión que puede marcar un antes y un después en la estabilidad del sistema político: la votación de una reforma constitucional que permitiría el transfuguismo político, es decir, que congresistas cambien de partido sin perder su curul.
La propuesta, disfrazada de modernización institucional, ha encendido las alarmas en distintos sectores del país. Desde organizaciones civiles hasta gremios empresariales, el mensaje ha sido claro: esta reforma no solo atenta contra la coherencia de los partidos, sino que abre la puerta al clientelismo y la fragmentación política.
Uno de los pronunciamientos más fuertes vino del presidente de la ANDI, Bruce Mac Master, quien advirtió que cambiar la Constitución para favorecer intereses particulares “es una muy mala práctica” que mina la confianza en las instituciones. A su llamado se sumó la Misión de Observación Electoral (MOE), que denunció el “inmenso daño” que esta figura puede causar al mandato ciudadano y a la estabilidad democrática.
La iniciativa, impulsada como acto legislativo desde el año pasado, enfrenta hoy su sexto debate con un panorama adverso: Partido Conservador, la U, Cambio Radical y buena parte del Centro Democrático ya anunciaron su voto en contra. Aun así, persisten movidas soterradas en el Capitolio para tratar de salvar la propuesta, alimentando sospechas sobre intereses ocultos y presiones políticas.
De ser aprobada, esta reforma significaría un retroceso institucional, debilitando los compromisos ideológicos y permitiendo reacomodos sin control ciudadano. En un país que aún busca afianzar su democracia, el transfuguismo se perfila como una concesión peligrosa a la volatilidad política.