Por Eduardo Verano de la Rosa
Todos, desde siempre, lo llamábamos ‘El Pato’. Era un liberal de esos de racamandaca, con una clara tendencia socialdemócrata inquebrantable, extraordinario como ningún otro, con un corazón enorme y un espíritu tan vibrante que nunca envejeció.
Si me preguntan por él, por lo que fue, por lo que dejó, lo primero que me viene a la mente es su inmensa pasión por el fútbol y la política. Siempre tenía un comentario acertado, contundente, un dato preciso. Sabía tanto de las dinámicas del Estado que uno sentía que, si él hablaba, uno estaba escuchando la voz de la verdad revelada.
Recuerdo su paso como ministro de Comunicaciones como algo realmente determinante en la historia del país. Fue quien nos trajo la televisión a color, introdujo las transmisiones vía microondas y las transmisiones fuera de Bogotá, con lo que promovió la descentralización de la televisión en Colombia.
Le debemos tanto, que nuestras carreteras dan cuenta de esa visión de desarrollo que trasciende en el tiempo y a la que le dio una categoría inmensamente superior como gobernador del Departamento del Atlántico. Admito, su forma de administrar la cosa pública la tomé como propia y seguí su legado y le cumplí, porque hoy somos el departamento con mayor densidad vial del país. Gracias, ‘Pato’ por tu ejemplo.
Las tertulias no eran lo mismo si él no estaba. Era la persona más informada que conocí. Cuando uno estaba a la espera de una noticia importante, solo había que aguardar a que ‘El Pato’ llegara; siempre tenía la primicia. En Barranquilla decíamos que “sabía por dónde iba tabla”, expresión que describía perfectamente su capacidad de anticipar el desarrollo de cualquier suceso.
Murió tal como vivió: sin molestar a nadie, rodeado por el amor de sus nietos. Si algo lo definía, era su don para acertar. No importaba el tema, él siempre sabía de qué se hablaba, con una cantidad de detalles y matices que enriquecían la conversación de una forma invaluable. Sus intervenciones eran conceptuales, novedosas y aportaban claridad a las confusas ideas de otros contertulios.
Tenía una particularidad extraña: antes de tomarse un trago, se tocaba la frente con el vaso, un gesto que se me grabó por siempre. Era profundamente leal, el mejor amigo de sus amigos. Lo vi luchar contra las enfermedades de sus hijos y familiares con una entereza que me conmovió el alma. Para él, la edad no era un límite; asistió a sus tertulias hasta su último aliento. Aún en sus días finales, cuando le costaba caminar, llegaba en su pequeña moto para no perderse ni un momento el cruce de argumentaciones que teníamos.
Antonio Abello Roca, mi querido amigo incondicional y erudito de la política. Su sabiduría y sus comentarios claros y punzantes fueron un regalo para mi vida y para la vida de quienes tuvieron la dicha de tenerlo cerca.
Era cordial y respetuoso de lo que los demás pensaban, un hombre sin dogmas y con un profundo amor y conocimiento por la historia. Un compañero etílico sin igual con modales impecables, así es como lo recordaré siempre a mi amigo.
A pesar de la gran diferencia de edad, Dios me dio la oportunidad de disfrutar de su amistad durante 45 años, tiempo en el que me dejó un legado invaluable de conocimiento y sabiduría que atesoro.
Ese es el ‘Pato Abello’, mi amigo, el liberal más rojo, el que nunca olvidaré. Gracias, ‘Pato’.