Epígrafe: “Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios”. Éxodo 20:12
Por: Emilio Gutiérrez Yance
El sol despuntó sobre Bolívar con su brillo habitual, pero este domingo la jornada trajo consigo un gesto distinto. En vez de limitarse a vigilar el tránsito y revisar documentos, los uniformados de la Policía Nacional, adscritos a la seccional de Tránsito y Transporte, apostaron por la sensibilidad. Se acercaron a los buses intermunicipales con las manos llenas de flores. En lugar de interrogar, saludaron. En vez de pedir licencias, ofrecieron ramos.
El punto de encuentro fue el peaje de Turbaco. Desde allí, cada vehículo que se detenía abría una ventana al asombro. Las mujeres, acostumbradas a los controles, miraban con sorpresa cuando el policía de turno les entregaba un ramo de margaritas o rosas y les agradecía por existir. Algunas respondieron con una sonrisa amplia, otras con lágrimas contenidas. Una madre, con las manos ocupadas por bolsas de mercado, apretó las flores como si recibiera un pedazo de cielo. Otra mujer, con los ojos cansados por las jornadas infinitas, abrazó el ramo con la misma delicadeza con la que se arropa a un hijo dormido.
A cada mujer, la institución le habló desde el afecto. Les recordó lo poderosas que son en su rol de madres, de trabajadoras, de hijas, de esposas. Les reconoció el papel invaluable que desempeñan en sus hogares, muchas veces sin aplausos ni recompensas. La campaña se llamó “Madres que Inspiran”, pero lo que ocurrió allí superó cualquier nombre. Las flores se convirtieron en metáforas: una de ellas representó la vida que brota con esfuerzo, la otra simbolizó la esperanza que se siembra a diario en medio del agotamiento.
El coronel Alejandro Reyes Ramírez, comandante del Departamento de Policía Bolívar, lideró la actividad. Sus palabras tuvieron el tono justo: “Las mujeres bolivarenses luchan cada día. Se levantan temprano, trabajan sin descanso, cuidan, educan, construyen. Hoy quisimos detenernos un momento para decirles gracias, para reconocer su grandeza”. La escena dejó una marca profunda. Cada flor entregada trajo consigo un recuerdo que permaneció más allá del viaje.
Flores en las manos de las madres. Flores en los asientos del bus. Flores como saludo del alma. Sonrisas que dijeron gracias. Sonrisas que iluminaron el día. Sonrisas que hablaron más que mil palabras.
Las madres no lo pidieron, pero lo merecieron. Las madres no lo esperaban, pero lo recibieron. Las madres no se quejaron, pero cargaron el mundo entero. En esa anáfora descansó el alma del gesto. Aquel día, la carretera dejó de ser simple vía de paso. Se transformó en un puente hacia la bondad, una ruta donde el deber y el cariño caminaron de la mano, en un abrazo tan breve como eterno, tan firme como suave, tan real como ese oxímoron que a veces se llama alegría triste.